Rodeada por una familia que la esperaba con amor e ilusión, hace 12 años nació Rossemery Yohanna Rodríguez Orellana, en Sensuntepeque, Cabañas, una pequeña que, a pesar que se le diagnosticó microcefalia cerebral (un afectación congénita que provoca que el cerebro del niño no se desarrolle adecuadamente), continúo con su vida y ahora forma parte del Programa de Academias Deportivas Inclusivas (Proadi).
“La niña nació aparentemente bien, porque cuando dí a luz en el Hospital Nacional de Sensuntepeque, no me dieron un diagnóstico negativo, fue a partir de los seis meses que empezó a presentar un cuadro complicado de salud. Pero supimos de su padecimiento hasta los tres años, cuando un neuropediatra nos confirmó que la niña padecía de microcefalia”, contó Maribel Orellana, madre de Rossemery.
Pero la fe divina que la familia tuvo, los cuidados que le brindaron en casa y las múltiples consultas que hicieron a diferentes médicos especialistas, han permitido que ahora Rossemery, quien es la tercera de cuatro hijas del matrimonio conformado por Maribel y Juan José Rodríguez, sea una niña alegre, dinámica e independiente.
“A raíz del tratamiento al que estaba sometida mi hija en el Hospital Bloom, nos dijeron que ella iba a vivir a lo mucho hasta los tres años, con ese diagnóstico mi hermana (Marta cruz de Galdamez), que es la madrina de la niña, le pidió al Divino Niño que si ella vivía más tiempo, viajaría a Bogotá, Colombia, para agradecerle el milagro, y así fue, ya que gracias a esa promesa podemos dar este testimonio de fe”, manifestó la madre.
En ese sentido, Marta viajó al país sudamericano hace seis años para cumplir la promesa.
Rossemery inició su proceso académico en el 2014, en un centro escolar tradicional, en el que, según su madre, aprendió poco, pero logró socializar con otros niños. Fue así que, a partir del año pasado, fue matriculada en la Escuela de Educación Especial Sra Patricia Vasquez de Amaya.
“A los cuatro años fue a kinder, se graduó a los seis años, dejó de estudiar un año, luego la puse a primer grado dos años consecutivos, de siete y ocho años de edad. A los nueve años hizo segundo grado, pero no aprendía como el resto. Hace dos años buscamos un lugar de aprendizaje especial, por recomendación del especialista que nos dijo que ella iba a tener un retraso en esa área. En todos esos centros escolares tradicionales le sirvieron para que ella lograra hacer amigos. Hoy que la niña tiene 12 años hemos percibido que ya empezó a aprender, acorde a su capacidad intelectual y su discapacidad”, expresó Maribel.
Sumado a sus estudios académicos, Rossemery se incorporó este año al Programa de Academias Deportivas Inclusivas (Proadi), que le ha permitido a la pequeña mejorar su salud física.
“Este año comenzó también en la Academia de Proadi, gracias a Dios hemos visto que ella se ha desarrollado en el área deportiva muy bien, ya que cuando me le diagnosticaron su discapacidad nos dijeron que podría padecer de un problema del corazón y ella no podría hacer ejercicio, ni correr, ni agitarse, pero ahora hemos visto avance con lo que ellos hacen con el maestro. Ya corre, hace zic zac, corre en línea recta, juega con pelotas, salta cuerda y diferentes actividades, observando el cambio que ha tenido y lo hace sin ningún problema”, confirmó Orellana.
La llegada del programa a su municipio ilusiona a los demás padres de familia que han buscado por años la incorporación de sus hijos a actividades recreativas y de inserción a la sociedad.
“Este Programa nos está beneficiando, nuestros hijos forman parte de un proyecto importante, esperamos que continúe por muchos años más. La verdad es que estaríamos felices de que se creen mucho más proyectos de este tipo y que los niños participen de estas actividades, porque ayuda al desarrollo de las personas con diferentes discapacidades, y en mi caso, estoy contenta porque mi hija está haciendo una actividad más para continuar su camino hacia una mayor independencia”, expresó.